Por un momento te invito a realizar un ejercicio muy sencillo, escribe en un papel aquellos adjetivos que al instante te surjan cuando escuchas la palabra VENDEDOR.

Charlatan, pesado, incompetente, cansón…. Por favor dile… que en este momento no estoy!!!

Lamentablemente, es el concepto extendido y generalizado que se tiene de esta profesión. Peor aún, siguen existiendo personajes que se autodenominan vendedores y de lo cual tienen muy poco y en algunos casos NADA.

En un mundo en el que los productos se parecen cada vez más, en el que la calidad de servicio que presta la empresa ya no marca la diferencia, porque ya se da por hecho o de otro modo no tendría ni la más minima oportunidad de subsistir, en un mundo en el que el comprador está muchismo más informado y la mayoría de veces más que los mismisimos vendedores gracias a las nuevas tecnologías y a la información que a golpe de un click encontramos en internet, la actividad de venta como de compra cambia su forma operativa.

Las cualidades valoradas por los clientes hacia un vendedor tales como: profesionalismo, actitudes positivas, honestidad, capacidad de servicio, empatía, entusiasmo, compromiso, capacidad de escuchar, ya no son suficientes porque también ya se da por hecho que dichos atributos y bondades deben estar presentes en el vendedor casi como el mismisimo ADN.

Por otro lado el acceso masivo a una gama amplia de productos tal cual mejor que el otro y más económico, en un ambiente de libre comercio obliga a replantear la figura del vendedor y su tradicional fama de que el vendedor se caracteriza por ser una persona con facilidad de expresión que cuenta chistes y con la habilidad de enredar, pasa a ser historia en esta nueva era de la información y del conocimiento. Atrás quedó la era industrial aunque haya muchos que se empeñen en querer seguir viviendo y actuando en un mundo que ya no existe. Pero yendo más allá de la era de la información, diría yo que actualmente residimos en la era de la innovación, es ahí donde realmente se empieza a esculpir la tan deseada diferenciación.

La innovación es un arte y no es exclusivamente propiedad de los más creativos ni de los departamentos de investigación y desarrollo de la empresa. Innovar no es una moda, es una necesidad en el mercado actual y exige cada vez más su implantación en el departamento comercial o en la fuerza de ventas de la organización. Pero no solo en el departamento de ventas, sino que se ha de fomentar en la totalidad del conjunto de personas que componen la empresa. La innovación es grande y fuerte y genera beneficios cuando aunamos el conocimiento de cada una de las personas de la empresa y lo convertimos en una sabiduría colectiva. Ese conjunto de ideas y aportaciones enfocadas y lideradas en una misma dirección como elemento diferenciador en el mercado, son las que llevan a las empresas al logro de sus objetivos. Motivar y comprometer a todos los miembros de la empresa a involucrarse en aportar ideas que ayuden a la empresa a vender mejor, <que no siempre es igual a vender más>, debe estar entre las prioridades de la dirección o gerencia de la orgasnización, cualquiera que sea su naturaleza o la industria a la que pertenezca.

Debe ser misión del departamento comercial enriquecerse de las aportaciones de todos sus compañeros, de su creatividad y conocimiento,  conviertiendo ese producto o servicio en una experiencia única e inolvidable para el cliente.

He vivido con intensidad y satisfacción lluvia de ideas que surgían desde la señora que servía el café en la empresa como  del portero de la misma, que resultaron ser con el tiempo clave para incrementar nuestras ventas. Incluso me atrevo a decir con conocimiento de causa que,  «pequeñas bisagras abren grandes puertas», pequeñas sugerencias que procedían del departamento de contabilidad se convirtieron con el tiempo en acciones que estableció el departamento comercial como parte de su genética.

Comprometamos a todo el capital humano de la organización en esta apasionante aventura, haciendola divertida y productiva. Nuestra naturaleza humana crece cuando DAMOS mucho más que cuando RECIBIMOS. Nos sentimos mejor y somos más felices cuando damos que cuando recibimos, está en  nuestra genética, porque somos seres sociales, emocionales con los talentos que nos regaló la naturaleza y la evolución.

 

 

 

 

 

 

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